jueves, 26 de diciembre de 2019



El Paseante Nocturno y las noches de invierno barcelonesas

     Ya pasó la Navidad, hace un frío que pela en la ciudad de Barcelona.  Hace un frío que estropea  el cutis y araña la dermis como un malhechor. Mientras, la madurez de la noche severamente muge en la antigua Barcino, y en su bramar de chillidos y voceos tenues y de deseos habilidosos, los amadores – que no amantes- deambulan como almas desorientadas y pecadoras buscando hembras que alicatar entre sus brazos. ¡Es como una necesidad! Mientras, las jóvenes que salen de ociosa fiesta  buscan intimidad en sus momentos de oscuridad aunque el frío traspase sus sedosas medias, van enseñando cacha y escote para dejar adivinar, muy sinuosamente, la sensualidad en celo que se muestra con olores y aromas de pícaras insinuaciones. El “Paseante Nocturno” y su nuevo amigo el “Observador”, esta noche pulularán por las diáfanas y frías calles de Barcelona al paso andado por la noctámbula canalla y belitre ciudad, por donde paseó aquel detective Pepe Carvalho que salió de la gran pluma de aquel gran escritor urbano Vázquez Montalbán.
A los pies del Mediterráneo la ciudad se enseña y se luce, presume y se alardea de su energía acostumbrada al hedonismo placentero y de ocio que suele ofrecer sus recónditas noches. Pero también mostrándose sabia y perenne, abierta a nuevas sensaciones de esos vicios que quitan salud –ese es el ingrediente más importante de la carencia- que enganchan y apresan como una brida que aprieta y que estrecha los deseos al turista, al visitante y al autóctono que también se aprovecha de ella. La noche muestra entre bambalinas sus canalladas y sus virtudes, pero también sus misterios y sus secretos. No es necesario ir con miedo, basta con mirar siempre hacia adelante porque las desgracias, si han de venir, siempre lo hacen por la espalda y por su sorpresa. La noche barcelonesa no es negra, sólo es oscura.
El Paseante Nocturno y su noble acompañante, entre copas de tinto y canallas cafés con todo su potencial de alcaloide y sabor amargo, saben que las mezclas  acaba actuando como una droga antagonista, sabiendo que esta mezcolanza y curiosa mezcla deriva en conversaciones cómplices y mescalinosas, de ésas que ayudan a avanzar para recorrer ese onírico espacio visual que es la urbe barcelonesa dotada de su marca personal, guiada de señales visuales y olores de feromonas volátiles como un perfume divino.
La mayoría de gentes que se mueven en la noche barcelonesa transitan a la búsqueda de ávidas sensaciones que amenicen el invierno peleón y que se va cociendo como un fuego frío,  que nos hace cundir esa sensación jovial de nuestras perennes vidas ya camino de la madurez. Y durante el camino metropolitano y urbano se van forjando connivencias y una amistad acuñada como una pieza de metal, porque ambos lo pasaremos y lo amenizaremos como si tuviéramos veinte años menos que restar a nuestras maduras vidas. Reforzaremos nuestra sincera amistad -la buena amistad- ésa que es cosechada desde el respeto mutuo y la confianza más leal. Ésa que sólo se obsequia con los años, como lo hace la fermentación y la crianza que concibe el buen vino en buena barrica; los tintos ligeros y los jóvenes afrutados. ¡Cómo debe de ser! Porque la amistad es como el buen vino porque posee el más valioso de todos los secretos: aumenta la alegría, disminuye la tristeza y divide las penas.
Ya es pasada la medianoche y de mojitos ambos amigos se humedecen los labios. Comienzan a aparecer las cómplices  tontas risas y alguna obscena expresión que se dice con el respeto de la prudente decencia, preparados para dar ese punto subjetivo que ayuda a discurrir los pensares que ayudarán a descubrir las vanidades con la intención de parir buenas conversaciones y tertulias con tintes de humilde arrogancia. El Paseante Nocturno y su amigo el “Observador” desean recuperar esas tertulias literarias que se hacían en los cafés antiguos de la milenaria Ciudad Condal. ¡Todo se andará!  No muy lejos y a la vista, alguna prostituta callejera con falda corta y medias de rejilla se deja ver a pie de vicioso boulevard a la altura de la fachada del lustroso Teatro del Liceo de la Rambla barcelonesa, que no siempre acoge tenores y sopranos de arias inacabadas. Así, las profesionales del sexo se muestran como doncellas atrevidas, vestidas de manera llamativa con piezas de atuendo ajustado o poca ropa en sus fríos cuerpos, que esperan pacientes a ver si hay suerte y se planta alguna semilla de vicio, porque desde esa vista privilegiada de la Rambla dominan el conjunto del potencial cliente vicioso y putero que no se esconde demasiado. La noche avanza como es costumbre, bribona y misteriosa, mientras el Paseante Nocturno y su amigo el “Observador” inician conversación  de ésas que se escriben con letras de caligrafía muy especial. Ese tipo de complicidades y sanas conspiraciones que sólo se transcriben con el alma, a mano y con letra redondilla.
Sigue haciendo un frío insolente, cómplice y murmurador en la ciudad de Barcelona, que atrae y tienta como un misterioso y arcano magnetismo del dejarse llevar dentro de sus entrañas por sus callejuelas misantrópicas y recónditas. Ése es el ingrediente más importante en las sazonadas y álgidas calles de Barcelona en sus inviernos, que deben sus moradores nocturnos patear y andarlo para climatizar y templarlo con el interior de sus almas, orbitando alrededor de la necesidad y ayuno de sus circunstancias, íntimas y propias, para  acabar cada cual en el espacio y lugar al que le lleve su juicio y parecer.
 “En homenaje a las tertulias literarias de Barcelona, aquellas que solidificaban la cultura, la reafirmación de una pequeña enciclopedia de cultura popular urbana y la generación de nuevas amistades mediante la conversación, el debate y la lectura.”
Sergio Farras, escritor tremendista.

miércoles, 9 de octubre de 2019

El Paseante Nocturno (Presentación de la criatura)


“El paseante nocturno”
(Presentación de la criatura)

    La queja expresada por la palabra que pincha y que provoca, expulsada con la ironía inconformista por el paseo y los andares de la ciudad de Barcelona. “El paseante nocturno” es personaje de mediana edad, quejoso y descontento a veces de esta sociedad tan extrapolada que camina al paso confundido, pero crítico y constructivo a la vez. “El paseante nocturno” es observador y curioso en sus salidas y paseos por el asfalto de la urbe barcelonesa. Y siempre araña un punto ácido y crítico de lo que otea, observa y percibe en el entorno urbano por donde trajina, que ni es blanco ni es negro: igual es que sólo es gris. Suele deambular por las calles y avenidas por las que transita al paso andado o en su red de tejido transversal del transporte público de la ciudad.

Pero no por ello lo muestra todo con menos razones que argumentos y fundamentos que contar, mostrando asertividad y afirmación de sus derechos por describir una ciudad con sus defectos y sus virtudes, pero también con sus vicios y sus sobriedades. Con todo ello: “El paseante nocturno” lo narra y adorna tomando nota de todo con humedad y frescura, derramando su jugo irónico con diálogos divertidos y ocurrentes. “El paseante nocturno” es criatura que suele empatizar con los pensamientos solitarios que todo ciudadano desea expresar, pero que a veces, deja escapar por la virtud del rostro hipócrita y de doble moralidad que se esconde tras la máscara del ciudadano de a pie y bajo el asfalto que lo tapiza. Todo ello en un escenario multicultural y mezclado, marcado por el resultado de una miscelánea de culturas que se puede avistar en cualquier barrio de la ciudad en esta Barcelona del siglo XXI. De una metrópolis ya milenaria donde todo camina deprisa y excesivamente acelerada y nerviosa como es la urbe de Barcelona.

Vuestro para siempre.

Sergio Farras, escritor tremendista.